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¿QUÉ SE ENTIENDE HOY POR ASTROLOGÍA? Una aproximación a la cosmovisión y al lenguaje.

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    Admin
  • 28 ene
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: 19 feb



 La cosmovisión astrológica entiende que en los inicios o nacimientos existe una potencialidad a desarrollar y su lenguaje simbólico es una manera de explicarla y dar herramientas para la indagación personal. Articulado con signos zodiacales y planetas, este lenguaje también habla del destino, no como esa providencia inamovible de la que hay que escapar o abrazar, sino sobre aquello inconsciente que podemos sacar a la luz y asimilar en nuestras vidas.

 

Actualmente ya no es suficiente referirnos a la astrología sino que hay que pensar en astrologías, en tanto astrólogos y astrólogas la practican. Desde la Antigüedad hasta hoy, este estudio se fue expandiendo y nutriendo de otros campos del saber, como la astronomía, la psicología, la antropología, la filosofía, la mitología, la metafísica y el esoterismo, entre otros, y cada avance permitió que se abrieran puertas para el nacimiento de nuevos enfoques astrológicos. También ocurrió a la inversa: muchos otros campos del conocimiento comenzaron a pensarse en clave astrológica.     

A lo largo de este libro, nos referiremos a la que se conoce como “astrología occidental” y nos situaremos en la rama de la astrología humanística. Algunos la llamarán “ciencia oculta”; otros, más arcaicos y estancados en binarismos, dirán que es una “pseudociencia” y la opondrán a la astronomía; varias la verán como un espacio misterioso vinculado a la poesía y al arte y otras la llevarán al terreno de la superchería y la adivinación, pero la definición que proponemos para empezar a comprender lo amplio y profundo de la astrología es entenderla como un lenguaje.      ¿Por qué decimos que es un lenguaje? El lenguaje es la habilidad o capacidad que permite la comunicación de ideas, pensamientos y sentimientos a través de signos, símbolos, señales y sonidos. En ese sentido, la astrología cuenta, en principio, con veintidós símbolos principales: los doce signos zodiacales y los diez planetas. Existen también más elementos –asteroides, puntos matemáticos y partes arábigas, entre otros–, que se consideran secundarios.     


Una de las ideas centrales de la cosmovisión astrológica –independientemente de la vertiente– es que todo lo que nace, se desarrolla y muere atraviesa un proceso que es común y que, si bien con diferencias en su manifestación concreta, coincide en su camino evolutivo.      Por ejemplo, la formación de un ser humano. Al margen del desarrollo de características físicas, como el color de los ojos y de la piel, la altura, la contextura o los rasgos del rostro, desde que el espermatozoide entra al óvulo todos pasan –y pasamos– por un mismo proceso, pero en ese proceso no hay creatividad sino que, una vez iniciado, se desencadenan una cantidad de acciones que ya estaban biológicamente determinadas.


A este momento inicial, la astrología occidental lo va a denominar “Aries”, ya sea la formación de un ser humano, la plantación de un árbol, el inicio de un proyecto laboral o la fundación de un país, porque todo tiene un origen y en ese origen ya está la potencia de su desarrollo y de su final.     


Al sostener que en el origen de algo ya está implícito su desarrollo y su final aparece de inmediato una pregunta: ¿estamos determinados por ese origen? La respuesta es sí y no.      Si un espermatozoide fecunda un óvulo, empieza el proceso de formación de un ser humano y en ese punto no se puede elegir, por ejemplo, el color del cabello. Sin embargo, una vez que el ser humano nace, crece y tiene edad suficiente, puede elegir cambiar ese color. Del mismo modo, podemos decir que estamos sujetos a ciertos condicionamientos –dependiendo de qué estemos analizando– y que, al mismo tiempo, hay movimientos creativos y elecciones personales que van construyendo nuestro destino. En esta danza entre el determinismo y el libre albedrío se va construyendo el saber astrológico.     


El zodíaco –los doce signos que van de Aries a Piscis– es el camino que recorre todo lo que nace en la tierra. Entonces, el estudio e investigación de lo que va sucediendo evolutivamente a través de cada signo es uno de los mayores regalos de la cosmovisión astrológica.     


También vamos a diferenciar este uso del lamentablemente más difundido de clasificar personalidades y realizar predicciones deterministas. Esta forma de usar la astrología propone un cerco de características estancas que muchas veces se utilizan para justificar comportamientos que parecen fijos en lugar de aprovecharla como una herramienta de cuestionamiento para accionar y encontrar soluciones posibles.     


Un ejemplo para comprender la diferencia con la llamada “astrología determinista” puede ser este: alguien del signo de Libra podría decir: “Como soy Libra, me cuesta decidir y es por eso que siempre dejo que los otros decidan por mí”. Así, el dato concreto de nacer bajo el signo Libra inmediatamente define y condiciona. Pero, en realidad, si se cambia el enfoque, en lugar de apresurarnos a dar respuestas se pueden hacer preguntas sobre las posibilidades de comprensión, acción y, por qué no, acerca de cómo orientarse hacia una solución.     


¿Cómo me siento cuando los otros deciden por mí? ¿Existe alguna forma en que pueda manifestar mi deseo sin sentir que invado al otro? ¿Será que si contemplo las necesidades del otro puedo animarme a decidir? Estos son algunos de los tantos interrogantes que uno puede empezar a hacerse para que el dato ser de Libra pueda otorgar soluciones, respuestas o ampliar el sentido, en lugar de funcionar como una suma de justificaciones.      Otra pregunta válida sobre el origen es qué había antes del inicio, antes de Aries. La astrología va a decir que antes de Aries está Piscis porque antes de algo que empieza hay algo anterior que está terminando. La forma actual se disuelve para dar origen a una nueva.    


Volvamos al ejemplo de la formación de un ser humano para comprender esta idea. Allí, tanto el espermatozoide como el óvulo surgieron en cuerpos humanos que a su vez vienen de un espermatozoide y un óvulo anteriores. Todo lo que empieza viene de algo anterior, y lo anterior y lo actual están íntimamente conectados. El inicio se ubica en Aries, pero no sale de la nada sino que se origina gracias a que algo finaliza. En este sentido, el zodíaco, en su representación circular, no tiene origen ni final sino que es un continuo devenir.

 


SOBRE EL DESTINO

 

Oscar Adler (1875-1955), un astrólogo esotérico vienés que con sus libros hizo grandes aportes a la astrología moderna, sostuvo en las conferencias que pronunció entre 1930 y 1938 que “la astrología es el estudio de las relaciones cósmicas, universales e indestructibles, de todos los acontecimientos, especialmente de los acontecimientos humanos sobre la tierra con los sucesos exteriores y los sucesos que confieren su contenido a la vida subjetiva o, para decirlo en una palabra, el ‘destino’ del ser humano”.[1]   


Entonces, si la astrología, tal como resume Adler, es el estudio del destino del ser humano, pero ese destino no está predeterminado, ¿qué es lo que se estudia y cómo? En definitiva, ¿a qué nos referimos en astrología cuando decimos “destino”?     

Fue Carl Gustav Jung (1875-1961), un célebre psiquiatra, psicólogo y ensayista, quien retomó conceptos orientales y occidentales, y profundizó el conocimiento sobre el destino: “A la luz de nuestra antes aludida regla psicológica: cuando un suceso interno no se hace consciente, entonces acaece externamente como destino; es decir: si el individuo se mantiene unitario y no hace conscientes sus antítesis internas, entonces el mundo tiene que representar ese conflicto y quedar partido en dos”.[2]     


Esta forma junguiana de entender el destino como una escena que irrumpe fue (y es) central para comprender la cosmovisión astrológica actual. ¿Por qué? En principio, porque es el salto fundamental que la despega de la astrología predictiva, la que asume que hay un devenir al que estamos sujetos y del que pareciera no haber escapatoria. Con la entrada de este concepto, la astrología tomó un cauce humanístico y transpersonal. Veamos de qué se trata.     


Uno de los aportes significativos de las astrologías actuales es mostrar con claridad las distancias internas de cada uno y cada una. ¿A qué nos referimos con esto? La distancia entre eso que podemos identificar y reconocer como propio y lo que no, aunque lo es, es decir, lo que desconocemos de nosotros mismos. Nos referimos a las distancias entre los diferentes personajes que nos conforman, los que mostramos y los que no; lo que sabemos que somos y lo que aún no terminamos de reconocer como propio.     


Esas distancias se pueden observar al tomar la carta natal como una hoja de ruta donde parte de lo inconsciente puede ir emergiendo. Así, uno de los objetivos de estas astrologías es la integración progresiva entre la luz y la sombra o, en otros términos, entre lo consciente y lo inconsciente. Una vez que se llega a comprender esto, se pueden utilizar las llamadas “escenas de destino” como valioso material de auto-indagación.    

 

Veamos un ejemplo sobre una de las maneras en que puede irrumpir una escena de destino en la vida de alguien. Se trata del recorte de un caso real, simplificado pero rico, que nos ayudará a comprender mejor esta noción. Es la historia de M., una mujer que se identifica con su parte precavida, tradicional y planificadora. Ella desconoce que en su mapa natal tiene una gran presencia de Urano, el planeta asociado al cambio, la creatividad y la incertidumbre. Hasta el momento de la consulta astrológica hizo todo en tiempo y forma según lo que ella y su núcleo familiar consideraban correcto. Estudió una carrera universitaria, se recibió, armó pareja y, luego de un tiempo considerable, se comprometieron y pusieron fecha para la boda. En esa época M. empezó a tener dudas.     

Si bien estaban en pareja hacía más de diez años, nunca habían convivido debido a que la tradición de ambas familias exigía que se casaran. M. manifestó su deseo de convivir antes del matrimonio, pero tanto su familia como su novio la desoyeron. Mientras planificaban la fiesta, M. había visto unos zapatos hermosos para la noche del casamiento. Ella tenía una lesión en el tobillo que no le permitía usar zapatos de taco alto, por lo que decidió sacar turno con el kinesiólogo. Aquí hay un dato que no es menor: el tobillo es la zona del cuerpo asociada a Urano y al signo Acuario, regido por este planeta.[3]     

Durante las visitas al kinesiólogo, M. empezó a sentir una fuerte atracción hacia él, al punto de poner en duda su casamiento. Según sus palabras, él “era todo” lo que su novio “no era”: despreocupado, informal, creativo, lleno de tatuajes, mientras que su novio era serio, formal y predecible. Su familia y con sus amigas más cercanas la hicieron entrar en razón: se dijo a sí misma que no podía echar por la borda años de noviazgo y un futuro prometedor por un enamoramiento fugaz. Finalmente, se casó, pero no pudo dejar de pensar en el kinesiólogo.     

A los pocos meses de convivencia, empezaron a tener muchas discusiones y comenzaron a salir a la luz grandes diferencias entre M. y su marido, al que describió como “un nene al que cuidar”. Días más tarde, decidió encontrarse con el kinesiólogo y, pese a sus dudas y miedos, inició una relación secreta con él hasta que la situación le resultó intolerable y sintió que tenía que tomar una decisión. Finalmente se divorcia pero al poco tiempo el kinesiólogo perdió interés en ella y la dejó.      

Angustiadísima en la consulta, dijo: “Este hombre me arruinó la vida. Fue como un rayo que cayó de la nada, destruyó todo. Así como vino, se fue”. No sólo la escena de destino echó luz sobre algo aún desconocido para M. sino que también es interesante cómo las formas de relatar se pueden decodificar en lenguaje astrológico, ya que el rayo es el símbolo asociado a Urano por excelencia. ¿Fue víctima del destino o tuvo una oportunidad para mirar su sombra? Eso depende de con qué anteojos se miren las escenas que la vida presenta.     


Esta historia puede generar muchas preguntas, pero antes recordemos que la presencia fuerte de Urano en la carta natal suele verse en personas disruptivas, excéntricas, hiper-creativas o, por el contrario, puede dar una tendencia al conservadurismo y la tradición. Que sea de un modo u otro depende de varios factores, entre ellos, el contexto sociocultural en el que nace la persona, la familia y el resto de las características de la carta. Sea como fuere, las escenas de destino –las personas y/o situaciones que nos rodean– van a mostrar una suerte de compensación manifestando el otro polo, es decir, el polo exacto que la persona no está expresando.   

  

Ahora bien, si M. hubiera manifestado el lado excéntrico y creativo de Urano, ¿podría haber evitado el divorcio? Veamos cómo en esta pregunta está implícita la creencia de que le divorcio es algo malo, a evitar, y que con la astrología podríamos controlar el destino. Desde esta cosmovisión, el equilibrio entre polos siempre está operando, por lo que si M. hubiera manifestado con el mismo nivel de polaridad las características impredecibles y disruptivas de Urano, la escena de destino hubiese sido otra y no tenemos forma de saber si hubiese sido más o menos dolorosa para ella.    

 

Con esto podemos decir que una de las propuestas más desafiantes de la astrología es la posibilidad de corrernos del centro de la escena y empezar a pensarnos como parte de una trama vincular.     

M. sentía que su novio le brindaba estabilidad, pero disociada de la creatividad y la frescura que vio en el kinesiólogo. Sea lo que fuere que eligiera, para ella estas características permanecían separadas y sin diálogo posible: lo estable no podía ser creativo o lo creativo era altamente inestable.     

Mientras M. no cuestionara estas creencias, todo lo que hiciera iba a reflejar esta dicotomía.     

La astrología muestra qué vínculos y situaciones nos acercan la posibilidad de mirar nuestras distancias internas, aquellas partes que parecen irreconciliables para empezar a cuestionar las creencias en las que se estructura nuestra identidad.     


Usar la astrología de este modo produce necesariamente incomodidad e incertidumbre porque hasta lograr una nueva integración o estabilidad –que de cualquier modo es momentánea–, todo el sistema psíquico-emocional queda vulnerable.     

Podemos reconocer lo estable y tranquilizante que se siente estar seguro de algo o tener razón, pero el costo de esta estabilidad es que lo diferente no encuentra lugar. Entonces, en vez de afirmar que lo creativo es altamente inestable y dar todo tipo de explicaciones para justificar esa posición, podríamos preguntarnos: ¿lo creativo es inestable? ¿Siento que lo inestable es algo de lo que me tengo que proteger? ¿Puede existir una creatividad estable? Algo aún más interesante es conversar con personas del entorno que, a nuestros ojos, sean creativos y poco estables. De este modo, en vez de alejarnos de lo diferente, alimentando las distancias internas que nos estructuran, nos vamos abriendo a la diferencia para descubrir nuevas integraciones posibles que reestructuren nuestra forma de ser y de estar en el mundo.     


La astrología hoy, entonces, puede entenderse como un lenguaje con una simbología ancestral que intenta echar luz sobre las sombras y las escenas de destino, lo que nos va llevando inevitablemente hacia la integración. A lo largo de miles de años, la cosmovisión astrológica se fue puliendo y articuló aportes de otras áreas del conocimiento hasta llegar a un lenguaje que intenta comprender las fuerzas que operan en el curso vital de alguien, pero también es algo mucho más grande –por momentos insondable– que invita a repensar los paradigmas fijados por la humanidad, los cambios y derroteros de una historia que se escribe en clave colectiva.

 

 

[1] Adler, Oscar, La astrología como ciencia oculta, Buenos Aires, Kier, 1988, p. 17.

[2] Jung, Carl G., Aion, contribución a los símbolos del sí mismo, Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 81.

[3] Desde la Antigüedad, la llamada “astrología hermética”, que se desarrolló entre los siglos IV y II a. C. en el Egipto helenístico, asoció los signos del zodíaco y los planetas con partes del cuerpo. Se basaba en la concepción de que hombres y mujeres son microcosmos en diálogo con el macrocosmos. Se la denomina también “Melostesia”.


Extracto de Astrología, historias y claves de un lenguaje fascinante, de Lucía A. Ferreccio y Leticia Pogoriles.

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